La presente obra -en papel ilustración e impresa en colores- fue editada en el año 2005

PRÓLOGO


En las últimas décadas se ha desarrollado en los ámbitos académicos y oficiales una corriente historiográfica que ha descubierto el valor de la historia local y la microhistoria.
Sin embargo, aún en la mayor parte de la producción de trabajos de investigación y difusión del origen y pasado de los pueblos y localidades surgidos principalmente en el siglo XIX siguen predominando referentes locales de fuerte inserción social a través, por ejemplo, del periodismo, como es el caso de la autora de esta publicación.

Esto que señalamos suele ser muchas veces una limitación a este tipo de emprendimientos, restándole el rigor científico y una visión integradora y procesual que todo relato histórico merece.
En otras, como es el caso de Villa Gobernador Udaondo, pueblo poco conocido se suma a estos logros deseados, una instancia poco frecuente que es la participación de un sector representativo de la comunidad en el proceso de construcción de conocimiento científico desde la memoria colectiva.
En la ciudad, que es el territorio donde habitamos con los nuestros, permanece el recuerdo del pasado y la evocación del futuro. En ella se traducen las relaciones sociales y el vínculo orgánico que existe entre las personas y el medio ambiente que habitan.
Cada ciudad posee particularidades que la hacen singular y más allá de eso, la forma en que se materializan sus edificios, sus espacios abiertos y las relaciones entre lo construido y el paisaje natural, terminan conformando un carácter urbano que le es único, propio.
Este espacio urbano que habitamos es un área contenedora de recursos patrimoniales, naturales y culturales y, al mismo tiempo, portador de memoria colectiva en tanto soporte material de actividades humanas.
La memoria colectiva se materializa; para existir debe enraizarse en el espacio y es por eso que genera un espacio que le es propio, crea un espacio y un tiempo que manifiestan la “tradición” de un determinado grupo. Este medio construido existe como presencia histórica y como producto de valores del grupo que la elabora por medio del desarrollo productivo.
Si bien el elemento más visible del patrimonio cultural de toda comunidad es su patrimonio tangible, que involucra bienes muebles y bienes inmuebles como monumentos, edificios, lugares arqueológicos, centros históricos, etc., lo intangible es un aspecto ineludible de todo patrimonio.
El patrimonio intangible engloba la suma de representaciones, expresiones culturales, memorias de personas y grupos sociales diversos, practicadas en sus entornos desde siempre.
La separación tajante entre patrimonio tangible e intangible, entre material y no material es inviable, ya que tanto uno como otro dan cuenta de la identidad de un grupo. Es por ello que una de las metas de todo trabajo de relevamiento histórico, debe ser identificar lugares con sentido de identidad, formadores de la cultura y la diversidad cultural de un lugar.
A ello apunta el trabajo paciente de Beatriz Cappagli que hoy llega a nosotros con el enorme valor agregado de que en la elaboración de este producto, la participación comunitaria le confiere a esta experiencia un carácter democratizador al proceso de producción de conocimiento.

Profesor Ricardo Castillo