En las
últimas décadas se ha desarrollado en los ámbitos académicos y oficiales una
corriente historiográfica que ha descubierto el valor de la historia local y la
microhistoria.
Sin
embargo, aún en la mayor parte de la producción de trabajos de investigación y
difusión del origen y pasado de los pueblos y localidades surgidos
principalmente en el siglo XIX siguen predominando referentes locales de fuerte
inserción social a través, por ejemplo, del periodismo, como es el caso de la
autora de esta publicación.
Esto que
señalamos suele ser muchas veces una limitación a este tipo de emprendimientos,
restándole el rigor científico y una visión integradora y procesual que todo
relato histórico merece.
En otras,
como es el caso de Villa Gobernador Udaondo, pueblo poco conocido se suma a
estos logros deseados, una instancia poco frecuente que es la participación de
un sector representativo de la comunidad en el proceso de construcción de
conocimiento científico desde la memoria colectiva.
En la
ciudad, que es el territorio donde habitamos con los nuestros, permanece el
recuerdo del pasado y la evocación del futuro. En ella se traducen las
relaciones sociales y el vínculo orgánico que existe entre las personas y el
medio ambiente que habitan.
Cada ciudad
posee particularidades que la hacen singular y más allá de eso, la forma en que
se materializan sus edificios, sus espacios abiertos y las relaciones entre lo
construido y el paisaje natural, terminan conformando un carácter urbano que le
es único, propio.
Este
espacio urbano que habitamos es un área contenedora de recursos patrimoniales,
naturales y culturales y, al mismo tiempo, portador de memoria colectiva en
tanto soporte material de actividades humanas.
La memoria
colectiva se materializa; para existir debe enraizarse en el espacio y es por
eso que genera un espacio que le es propio, crea un espacio y un tiempo que
manifiestan la “tradición” de un determinado grupo. Este medio construido
existe como presencia histórica y como producto de valores del grupo que la
elabora por medio del desarrollo productivo.
Si bien el
elemento más visible del patrimonio cultural de toda comunidad es su patrimonio
tangible, que involucra bienes muebles y bienes inmuebles como monumentos, edificios,
lugares arqueológicos, centros históricos, etc., lo intangible es un aspecto
ineludible de todo patrimonio.
El
patrimonio intangible engloba la suma de representaciones, expresiones
culturales, memorias de personas y grupos sociales diversos, practicadas en sus
entornos desde siempre.
La
separación tajante entre patrimonio tangible e intangible, entre material y no
material es inviable, ya que tanto uno como otro dan cuenta de la identidad de
un grupo. Es por ello que una de las metas de todo trabajo de relevamiento
histórico, debe ser identificar lugares con sentido de identidad, formadores de
la cultura y la diversidad cultural de un lugar.
A ello
apunta el trabajo paciente de Beatriz Cappagli que hoy llega a nosotros con el
enorme valor agregado de que en la elaboración de este producto, la
participación comunitaria le confiere a esta experiencia un carácter
democratizador al proceso de producción de conocimiento.
Profesor Ricardo
Castillo